Suele ocurrir con demasiada frecuencia que existe un edificio en la ciudad que no es del agrado de sus habitantes. Posiblemente sería demasiado exagerado argumentar que los barceloneses sienten por el castillo de Montjuic una repulsa especial, lo que está claro es que no hay una gran sensación de amor, así que la mejor manera de definir la relación es como indiferencia. La historia de la fortaleza nos mostrará las razones para ese desencuentro.
Para comenzar, y ya comenzamos mal, tendremos que señalar que Montjuic ha sido desde tiempos inmemoriales una montaña impopular debido a su función de necrópolis. Hoy en día sigue albergando el cementerio más importante de la ciudad. La procedencia de su nombre nos lleva otra vez a discusiones bizantinas porque, mientras para unos es una derivación de “Monte judío” (por la ubicación de un cementerio judío), para otros lo es de “Monte de Júpiter” (por la ubicación de un templete dedicado a este dios romano). En fin, como no quedan rastros ni del cementerio ni del templo la cosa puede extenderse todo lo que queramos, vamos, que el que no discute es porque no quiere.
Parece ser que la primera construcción con la que contó la montaña fue una atalaya medieval destinada a informar mediante señales de la proximidad de todo na
vío. La Torre tenía una guarnición permanente mantenida por el “Consell de Cent” (el “Consejo de Ciento” era una asamblea consultiva del gobierno municipal de Barcelona que aconsejaba en los casos referentes a la utilidad y defensa de la ciudad, su territorio y más tarde, de sus posesiones. Aunque en un principio contaba con más integrantes desde 1258 se limita a cien personas, de donde toma su nombre)
Desde 1462 a 1472 se produce la llamada “Guerra contra Juan II”, en donde el castillo tuvo una notable participación, esta guerra fue un conflicto civil que se produjo en Cataluña como consecuencia de la crisis económica que atravesaba el territorio acentuada desde que el Compromiso de Caspe imponía un rey castellano a la corona aragonesa. La entrada de Juan II en Cataluña rompía uno de los puntos principales del Tratado de Vilafranca (aceptado por las partes), donde claramente se especificaba que el rey no podía pisar territorio catalán. Al no respetar el soberano la ley fue declarado “enemigo público” y desposeído de su poder en Cataluña, lo que motivo el inicio del conflicto.
El castillo, ahora ya reedificado y en forma de cuadrilátero (aunque no concluido), también tuvo su parte en la historia durante la llamada “Guerra dels Segadors” (1642-52), un intento secesionista catalán contra la monarquía hispánica de los Austria (específicamente de Felipe IV) a causa, principalmente, de las pretensiones fiscales que esta esgrimía. Esta fortificación rechazó el asalto que dieron las tropas españolas del Marqués de los Vélez el 26 de enero de 1641.
Desde el año 1694 e
l castillo tiene una gran ampliación, ocupando la parte llana de la cumbre de la montaña. La edificación que existía primitivamente quedó integrada como reducto interior. El castillo presentaba dos frentes defensivos, uno hacia tierra y otro hacia el mar.
Comenzada la Guerra de Sucesión, el castillo tendrá un fuerte valor militar. En 1705 la fortaleza pasa a manos del pretendiente de la corona de los Austria, pretendiente que e
ra apoyado por los catalanes. El 25 de abril de 1706 es recuperado por las tropas españolas de Felipe V, que lo pierden el siguiente 12 de mayo, no volviendo a su poder hasta el 12 de septiembre de 1714, un día después de la caída de Barcelona.
En 1751 Juan Martín Cermeño (ingeniero militar) hizo derruir el antiguo fortín de 1640 y se comienzan las obras de lo que deben ser un conjunto de fortificaciones, se dotará al conjunto de servicios y cisternas, una de ellas de agua potable; todo ello ajustado a los sistemas de defensa concebidos por Vauban. En 1799 queda finalizada la obra, tomando el castillo el aspecto que mantiene hoy en día. Además, fue artillado con unos 120 cañones. Su forma es la clásica estrellada con diferentes fosos y fortines a prueba de cualquier ataque. Al cruzar la puerta principal hay dos rampas en forma de V que llevan a la explanada principal, donde hoy en día pueden contemplarse algunos cañones que en su tiempo defendieron la fortaleza.
El día 29 de Febrero de 1808 un cuerpo de tropas imperiales napoleónicas al mando del Coronel Floresti subió a la montaña para adueñarse pacíficamente del castillo, éste fue rendido sin pegar un solo tiro.
En 1842 comienza su leyenda negra, leyenda que se extenderá hasta la act
ualidad, durante la Regencia de Espartero, la Ciudad de Barcelona fue bombardeada desde este Castillo y hasta el mismísimo general Prim lo hizo un año después. La ciudad es castigada de esta forma cada vez que había desordenes durante las revoluciones burguesas y obreras del siglo XIX. Hasta hace unos años existía en Barcelona una calle llamada “Conde del Asalto” que recordaba los bombardeos del siglo XIX, con el regreso de la democracia el Ayuntamiento decidió eliminar dicho nombre.
Para acabar de arreglarlo, el castillo de Monjuic se convierte en prisión y lugar de fusilamientos después
de la Guerra Civil. En la vecina cantera llamada El Fossar de la Pedrera (que ha dado gran parte de la piedra de los edificios de Barcelona durante su historia) reposan los restos (desde 1985) de Lluis Companys i Jover, Presidente de la Generalitat de Catalunya, capturado por las tropas de Hitler en Francia y extraditado a España, donde fue fusilado el 15 de octubre de 1940, después de una parodia de Consejo de Guerra.
El 6 de Mayo de 1960 el castillo es devuelto a la ciudad, y tras tres años de obras se abre como museo.
Actualmente el futuro del castillo es incierto, algunos sectores políticos han llegado a pedir incluso su demolición, aunque el resto de las fuerzas políticas toman una actitud indiferente hacia el tema, la misma indiferencia con el que los barceloneses observan el castillo cada vez que miran hacia la montaña de Montjuic.